La claridad del sol se
acentúa, y un nuevo día se está asomando. Con el fondo musical del mar, un coro
alegre de pajaritos acompañan al imponente canto del gallo, quien con el pecho
erguido y aletear vigoroso, entona el himno del amanecer.
En el hogar de Emilia y
Ricardito, se inicia la diaria rutina: Los padres salen a trabajar y los niños
se quedan solos y se alistan para ir a la escuela… Luego de desayunar, Emilia
recoge los platos y tazas, el niño limpia la mesa; ambos barren y lavan rápidamente para dejar limpia
su casita. Mientras cumplen con sus labores, escuchan y tararean la canción de
moda. En la radio, el locutor interrumpe brevemente la alegre canción para
recordarles la hora exacta. Con la misma rapidez y alegría Emilia ayuda a su
hermanito y pronto, ya están listos para ir a la escuela.
En las faldas del cerro y
por las polvorientas calles. Emilia y Ricardo se dirigen a la escuela. Durante
el camino, como todos los días, recuerdan al abuelo quien con hermosos relatos
los llenó de inquietud y fantasía.
Todas las tardes, mientras
otros niños jugaban por las calles, Emilia y Ricardo, escuchaban al abuelo…
Sentado frente a la ventana, con la mirada larga y perdida en el mar, el abuelo
narraba sus aventuras en los pantanos; hablaba de sus lagunas y peces; de las
plantas y aves que allí viven. Su emoción era mayor cuando recorría el cielo
con la mirada y señalaba el camino de las aves que llegan desde otros mundos y
luego se iban para volver el siguiente año. Las describía como si estuvieran
paradas sobre la mesa, con voz pausada y estremecida, dibujándolas con las
manos. El abuelo, cuando contemplaba el mar nunca bajaba la mirada, no quería
ver el estado actual de los pantanos; empequeñecidos, como recogidos en sí
mismos, buscando refugio cerca del mar. Así se fue el abuelo, guardando en su
mente la imagen intacta de los pantanos donde vivió...
¡Llegaron las vacaciones!
Por las tardes, luego de cumplir con los quehaceres del hogar, Emilia y Ricardo no sabían que hacer. Ya no estaba el
abuelo, sólo el recuerdo de sus historias les hacía compañía. La nostalgia se
fue apoderando de los hermanitos. Y La angustia era creciente ante las diarias y severas recomendaciones
de los padres: ¡No vayan a los pantanos, es muy peligroso!
Los días fueron pasando y
el aspecto de los niños fue mostrando su profunda tristeza. Los padres, preocupados,
sentían la falta de risas y juegos por las noches.
Todos los días luego de
cenar, los niños corren hacía la ventana del abuelo. Ricardito, empinado había
encontrado la forma de colgarse con ligera comodidad, y junto a Emilia,
observan el azul del mar; como buscando en la lejanía la mirada perdida del
abuelo. Interrumpiendo la búsqueda, un tierno abrazo trajo sus mentes de vuelta
a casa.
— ¡Mañana es tu cumpleaños!
¿Qué quieres que te regalemos? —con voz cariñosa, pregunta la madre.
Ricardito no responde.
Mirando el suelo cruza los pies y apoya sus bracitos sobre la ventana. Emilia
abraza a su hermano
—Podemos comprarte un
carrito a control remoto –insiste el padre– o quieres unos hermosos patines
¿Qué deseas? ¡Dímelo y te lo compraremos!
Las callosas manos se
deslizan por las mejillas del niño; sintiendo unas tibias lágrimas que
incontenibles desbordan los pequeños ojos de Ricardito. Los padres confundidos
vuelven a preguntar. Emilia abraza a su hermano y secándole los ojos le
pregunta, susurrándole: —¿Qué quieres, quieres ir a…?— ambos niños sonríen y
juntos responden...
— ¡Queremos ir a los
pantanos!
Sin dar explicación los
padres salen de la casa. El papá recuerda que, cuando era niño, también fue
influenciado por las historias del abuelo. Durante la espera, mil historias
colman la imaginación de los niños… Luego de unas horas, regresan los padres,
cargando paquetes con juguetes, ropa y golosinas. Eso llamó ligeramente la
atención de los niños…. Terminando de ver los regalos, los padres alzan a sus
hijos y les dicen…
— ¡Mañana vamos a los
Pantanos!
¡Los hermanitos vieron
revivir al abuelo! la alegría es incontrolable. Durante esa noche, los niños
narraron a sus padres las aventuras del abuelo en los pantanos. Así, el
entusiasmo y el sueño se fue apoderando de los cuatro que abrazados van
cruzando la noche
Al llegar el día, ya todo
está listo, no había tiempo ni para prender la radio. Cargaron lo necesario,
cerraron bien las ventanas y puertas, enrumbando felices por las polvorientas
calles. Durante el camino, Emilia y Ricardo volteaban repetidas veces
observando su humilde casita, que entre la polvareda les muestra una ventana abierta
(?)… sorprendidos, se detienen para mirar bien porque estaban seguros de haber cerrado
las ventanas antes de salir… Pero sí, es la ventana del abuelo que muestra la
cortina azul agitada por el viento.
Luego de visitar los
pantanos, la casita fue invadida por la alegría de los niños. Durante la cena
de cumpleaños, las historias del abuelo fueron celebradas con las alegres
anécdotas de los niños en los pantanos. Vieron y sintieron tanto en tan poco
tiempo que, en sus mentes, las recientes imágenes pugnaban por convertirse en
palabras.
Así transcurría la noche.
En la ventana del abuelo, aún abierta, la cortina azul seguía jugando con el
viento. Y la dulce voz de los niños fue acompañada por un calmado y extraño
rumor del mar; como si alguien desde muy lejos, se esforzase en saludar a
Ricardito por su cumpleaños.
VES, 1998
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