sábado, 29 de junio de 2013

CUENTO "POR LAS VENTANAS DE TUS OJOS"




La claridad del sol se acentúa, y un nuevo día se está asomando. Con el fondo musical del mar, un coro alegre de pajaritos acompañan al imponente canto del gallo, quien con el pecho erguido y aletear vigoroso, entona el himno del amanecer.

En el hogar de Emilia y Ricardito, se inicia la diaria rutina: Los padres salen a trabajar y los niños se quedan solos y se alistan para ir a la escuela… Luego de desayunar, Emilia recoge los platos y tazas, el niño limpia la mesa; ambos  barren y lavan rápidamente para dejar limpia su casita. Mientras cumplen con sus labores, escuchan y tararean la canción de moda. En la radio, el locutor interrumpe brevemente la alegre canción para recordarles la hora exacta. Con la misma rapidez y alegría Emilia ayuda a su hermanito y pronto, ya están listos para ir a la escuela.

En las faldas del cerro y por las polvorientas calles. Emilia y Ricardo se dirigen a la escuela. Durante el camino, como todos los días, recuerdan al abuelo quien con hermosos relatos los llenó de inquietud y fantasía.

Todas las tardes, mientras otros niños jugaban por las calles, Emilia y Ricardo, escuchaban al abuelo… Sentado frente a la ventana, con la mirada larga y perdida en el mar, el abuelo narraba sus aventuras en los pantanos; hablaba de sus lagunas y peces; de las plantas y aves que allí viven. Su emoción era mayor cuando recorría el cielo con la mirada y señalaba el camino de las aves que llegan desde otros mundos y luego se iban para volver el siguiente año. Las describía como si estuvieran paradas sobre la mesa, con voz pausada y estremecida, dibujándolas con las manos. El abuelo, cuando contemplaba el mar nunca bajaba la mirada, no quería ver el estado actual de los pantanos; empequeñecidos, como recogidos en sí mismos, buscando refugio cerca del mar. Así se fue el abuelo, guardando en su mente la imagen intacta de los pantanos donde vivió...

¡Llegaron las vacaciones! Por las tardes, luego de cumplir con los quehaceres del hogar, Emilia y  Ricardo no sabían que hacer. Ya no estaba el abuelo, sólo el recuerdo de sus historias les hacía compañía. La nostalgia se fue apoderando de los hermanitos. Y La angustia era  creciente ante las diarias y severas recomendaciones de los padres: ¡No vayan a los pantanos, es muy peligroso!

Los días fueron pasando y el aspecto de los niños fue mostrando su profunda tristeza. Los padres, preocupados, sentían la falta de risas y juegos por las noches.

Todos los días luego de cenar, los niños corren hacía la ventana del abuelo. Ricardito, empinado había encontrado la forma de colgarse con ligera comodidad, y junto a Emilia, observan el azul del mar; como buscando en la lejanía la mirada perdida del abuelo. Interrumpiendo la búsqueda, un tierno abrazo trajo sus mentes de vuelta a casa.

— ¡Mañana es tu cumpleaños! ¿Qué quieres que te regalemos? —con voz cariñosa, pregunta la madre.

Ricardito no responde. Mirando el suelo cruza los pies y apoya sus bracitos sobre la ventana. Emilia abraza a su hermano

—Podemos comprarte un carrito a control remoto –insiste el padre– o quieres unos hermosos patines ¿Qué deseas? ¡Dímelo y te lo compraremos!

Las callosas manos se deslizan por las mejillas del niño; sintiendo unas tibias lágrimas que incontenibles desbordan los pequeños ojos de Ricardito. Los padres confundidos vuelven a preguntar. Emilia abraza a su hermano y secándole los ojos le pregunta, susurrándole: —¿Qué quieres, quieres ir a…?— ambos niños sonríen y juntos responden...

— ¡Queremos ir a los pantanos!

Sin dar explicación los padres salen de la casa. El papá recuerda que, cuando era niño, también fue influenciado por las historias del abuelo. Durante la espera, mil historias colman la imaginación de los niños… Luego de unas horas, regresan los padres, cargando paquetes con juguetes, ropa y golosinas. Eso llamó ligeramente la atención de los niños…. Terminando de ver los regalos, los padres alzan a sus hijos y les dicen…

— ¡Mañana vamos a los Pantanos!

¡Los hermanitos vieron revivir al abuelo! la alegría es incontrolable. Durante esa noche, los niños narraron a sus padres las aventuras del abuelo en los pantanos. Así, el entusiasmo y el sueño se fue apoderando de los cuatro que abrazados van cruzando la noche

Al llegar el día, ya todo está listo, no había tiempo ni para prender la radio. Cargaron lo necesario, cerraron bien las ventanas y puertas, enrumbando felices por las polvorientas calles. Durante el camino, Emilia y Ricardo volteaban repetidas veces observando su humilde casita, que entre la polvareda les muestra una ventana abierta (?)… sorprendidos, se detienen para mirar bien porque estaban seguros de haber cerrado las ventanas antes de salir… Pero sí, es la ventana del abuelo que muestra la cortina azul agitada por el viento.

Luego de visitar los pantanos, la casita fue invadida por la alegría de los niños. Durante la cena de cumpleaños, las historias del abuelo fueron celebradas con las alegres anécdotas de los niños en los pantanos. Vieron y sintieron tanto en tan poco tiempo que, en sus mentes, las recientes imágenes pugnaban por convertirse en palabras.

Así transcurría la noche. En la ventana del abuelo, aún abierta, la cortina azul seguía jugando con el viento. Y la dulce voz de los niños fue acompañada por un calmado y extraño rumor del mar; como si alguien desde muy lejos, se esforzase en saludar a Ricardito por su cumpleaños.


VES, 1998

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