lunes, 1 de julio de 2013

POEMA: LIBRO LIBRE




Amigo de alas eternas, postura firme y, siempre erguido.
Su mirada extendida recorre los trescientos sesenta grados del firmamento, para divisar lo inexpugnable, derribando muros y temores.

Un impulso vital brota desde la montaña para lanzar su vuelo.
Alas extendidas que lo cubre todo, y en su batir, desprende las estrellas que lleva en su pecho,
iluminando el infinito.

Lo sigo entre tropiezos.
Abro la mochila para liberar mis vocales,
monto sobre ellas y voy tras ese alfabeto perdido,
para atrapar las palabras que fluyen por su aliento, forzando mis extremos.

Y, sin perderlo de vista, en la cima de la montaña lo invoco,
con un grito profundo, profundo, profundo que,
desde las vísceras de mis abuelos, 
llega a mi como un volcán en erupción.

Al salir el sol siento batir sus alas…
Ven, descansa sobre mis hombros, y luego llévame,
¡llévame contigo LIBRO LIBRE!…


¡MI AMIGO!

POEMA: VERDAD


Si decides buscar la verdad y volar alto,
hasta no divisar nada bajo tus pies;
y de repente caes, y te veo caer,
tus alas se rompen, y las veo romper.
Pero aún así, en el charco de tu sangre
decides volver a intentarlo.
Yo te diré... bien
¡No podré detenerte!
Pero si decides caminar
o más bien arrastrarte,
bajo la sombra infame de lo despreciable,
y bajo su hipócrita mirada crees vivir mejor;
yo igual te diré... bien
¡No podré detenerte!

POEMA: CORBATA AZUL


Nube negra que vas por el mundo,
reprochas el brillo de mi estrella azul.
Nube negra en tu pecho inmundo,
cobijas al buitre de CORBATA AZUL.

Con el aíre, se coló por mi ventana.
Y posó sus garras sobre la mañana.
Su huella de carroña va entre libros y platos,
él busca tesoros entre culpas y alegatos

Con la ley bajo el ala,
no dispara una bala.
Ráfagas de normas y decretos,
cautelan sus bienes y secretos.

¡BUITRE DE CORBATA AZUL!

¡Aléjate de esa cuna!
Deja a mi niño dormir ¿Cuál es su culpa?... ¡ninguna!
Saca tus garras de su tierno pecho,
no te lo lleves, es mi DERECHO.

¡BUITRE DE CORBATA AZUL!

En el pantano de tu democracia, veo a mi niño luchar.
Hoy, el regreso a su cuna ya se puede escuchar.
Sobre la penumbra, él sujeta mi estrella azul,
para ver caer al BUITRE, ahorcado, en su CORBATA AZUL





POEMA: PEREGRINO DE LA PAZ



¡Hola amigo, la asamblea ya comenzó!
Esperemos un poco...

La asamblea es como la vela,
encendida alumbra hasta que se acaba.
Mañana será otra vela, y otra asamblea.
Sentémonos en la arena, recuéstate en mi estera.
El mensaje pronto estará listo...

La asamblea terminó, ahora sí,
extiende tus brazos para cruzar el océano,
y no dejes de sonreír para ubicarte pronto.

... ¡Ya llegamos!

¡Tomen, este es nuestro mensaje de paz!
Para compartirlo con los vecinos,
en la asamblea del mundo.
Mañana regresamos con otro mensaje.
¡Vamos amigo, nos esperan cruzando la montaña!


(Homenaje a Villa el Salvador "Ciudad Mensajera de la Paz" declarado por la asamblea General de la ONU el 15/02/1982)


  

POEMA: ARENA FECUNDA



Todo estaba quieto, solo el polvo se movía.
Y desde aquel gran día en este arenal viviría.
Polvo de arena, olor de miseria.
De este olor, de esta arena, día a día compartiría.

Con lágrimas de valientes, con el sudor de sus frentes.
Hicieron fértil la arena, le dieron humedad latente.
Sudor y llanto consciente de vecinos consecuentes,
que viviendo pobremente, siempre dicen ¡PRESENTE!

Regado con sudor santo, regado de tanto llanto.
A cada día luchando, mi tamaño fue aumentando.
¡Soy de raíz muy fuerte, soy de raíz profunda!
Mi alma se hace fuerte  en esta ARENA FECUNDA

Hoy es VILLA de color más verde.
Un nuevo aroma ya nos envuelve.
Verde hermoso color de vida.
Juventud masiva seas bienvenida.

Porque es mía esta historia, engendrado en mi está la gloria,
de esa unidad ferviente de aquel buen dirigente.
¡Escuchen bien mi verso ardiente! Y mire bien Usted mi frente,
porque esta historia está latente ...!Soy de Villa, estoy presente!


POEMA: LA VELA


Junto a mi mesita de noche,
busco un Sol en la penumbra
¡Luz y calor ya te encuentro!
Ven por toda la noche.

Entre cuatro sombras, oscuras,
se ve una luz resplandecer.
Es mi vela encendida,
como luz del amanecer

Su luz atraviesa mi estera,
y van como rayos al cielo.
Son como dedos divinos,
que van señalando el camino,
para guiar a las estrellas

La vela ya se derrite,
sobre mi mesita de noche.
Sus lágrimas secas esperan,
un nuevo día en la arena.

POEMA: GOTAS DE ESPERANZA

¡Vamos vecino, la faena avanza,
con carretillas llenas de nuestra esperanza!

No importa el polvo pegado en tu frente.
No importa el sol que azota inclemente.
Espera el cemento, esperan las piedras.
Esperan los niños y las esteras

Regando tu frente el sudor avanza,
rodando gotas de fe y esperanza.
Hacemos colegios, hacemos veredas.
Hacemos un pueblo que ya no espera.

¡Vamos vecino, la faena avanza,
con carretillas llenas de nuestra esperanza!


POEMA: CHOZAS DEL PERDÓN


Allá va tras la colina,
es Jesús el hijo de Dios.
No es una Cruz lo que arrastra,
son esteras, palos y esperanza

Es tan profunda su huella,
que abre un camino en la arena
y tras la tierra prometida.
¡Todos alaban a Jesús!

No es su corona de espinas,
es un sombrero de caña.
Aunque el sol sigue inclemente,
su sonrisa ya no es extraña

Vamos por la arena caliente.
Nuestros pies descalzos ya no lo sienten.
No son tres cruces que esperan.
Son chozas del perdón en la arena.

Él,  nos abrió su corazón,
como el camino en la arena.
Ahora está con nosotros

en el aroma de estera.

POEMA: PALOMA DE CAÑA



Hacia tierras extrañas,
migra laboriosa.
Palomita briosa, mi esterita de caña

En tus garras colgué un sueño,
en tu pico una esperanza.
Paloma frágil alas de ensueño,
volamos tristes sin alabanza.

¡Perdidos buscamos refugio!
¡Perdidos buscamos abrigo!
Buscando calor, buscando un amigo,

llegamos juntos al nuevo nido.

sábado, 29 de junio de 2013

CUENTO "EL SILBATO"


EL SILBATO

I

La cultura de los Andes se forjó durante miles de años con la sabiduría  de diversos pueblos. Las riquezas se incrementaban y comenzaron a surgir malvados brujos. Algunos venían desde muy lejos ¡de otros mundos!  Eran tan viles y avarientos que no dudaron en traicionar a su propio Dios. Ante el estupor de los cerros, los extraños brujos destruían todo a su paso.

Sigilosos, entre los escombros se escondían los Sacerdotes Andinos. Preocupados por lo que sucedía, decidieron concentrar sus conocimientos para conservar la sabiduría que floreció en los Andes durante miles de años.  Dedicados a esa tarea, nuestros sacerdotes recorrían los Andes a lo largo y ancho, algunos convertidos en llamas o alpacas, otros en imponentes cóndores. Siguiendo los ríos descendían de los Andes, revestidos de secretos y sabiduría para ocultarlos entre las aguas del mar.

Enterados de lo que sucedía, los malvados brujos perseguían a los Sacerdotes Andinos quienes, antes de ser capturados, se lanzaban desde los cerros para caer en alguna laguna o riachuelo y ocultarse en los puquiales, porque los malvados brujos le temían al encanto de los puquios, más de uno había enloquecido en esas aguas que afloran desde el corazón de la tierra, por eso se resignaron a solo esperar, montando  guardia  por el extenso litoral.

Los Sacerdotes Andinos aprovechaban las nubes que salían del mar para comunicarse con los otros sacerdotes que aún recorrían los Andes; enseñando a la gente de diferentes regiones, el lugar al que debían concurrir progresivamente, de generación en generación, para recibir los secretos y sabiduría preservados en el mar, y así liberarse de los malvados brujos para construir un mundo más justo y próspero.

Los malvados brujos nunca lograron entender a la cultura Andina. Pero aun así, como presintiendo algo, mandaron a sus siervos para erigir un gran cerro de arena en forma de lomo de corvina, cerca al templo de Pachacamac, para evitar así, que miles de hombres y mujeres procedentes de los Andes llegasen al mar por el camino indicado. Pero esos brujos descuidaron la vigilancia porque comenzaron a pelear entre sí, con la misma maldad y avaricia, disputándose nuestras riquezas... Y luego de varias generaciones, miles de hombres y mujeres llegaron un día, a las faldas del cerro “Lomo de Corvina”, donde hoy florece el pueblo de Villa el Salvador con hombres y mujeres que sin olvidar esta historia, reciben mensajes desde el mar, impregnados en la neblina que invade sus calles día a día... Y a través  de  un SILBATO divino, esos mensajes  penetrarían en las familias de Villa El Salvador.






II

El rumor del mar invade las calles de Villa El Salvador. La espesa neblina es como un extraño aliento que va forzando puertas, ventanas y  rendijas de esteras. 

En un autobús lleno de gente está Emilia. Cansada y confundida, la joven recuerda la historia de los Sacerdotes Andinos y la recrea en su mente, una y otra vez, para no sentir el largo y pesado viaje de regreso a casa. Su padre se la enseñó cuando estaba pequeña.

Tras largo viaje el microbús se detiene. Una vez más, de su interior descienden algunas personas que, agazapándose en sí mismas intentan soportar el penetrante frío de invierno. Aún cargado de pasajeros el microbús continúa su recorrido. En una esquina del paradero, como todas las noches, un destacamento de vendedoras esperan con carretas alineadas en la vereda, librando una batalla más para sobrevivir… ¡cafecito caliente! ¡papita rellena! ¡pescadito frito! ¡cigarrillos y caramelos! son ofrecidos como plegarias al cielo. En tanto las moscas son espantadas con un ramillete de ruda para la buena suerte. Algunos pasajeros se quedan a consumir algo, otros siguen su camino llevándose consigo el delicioso aroma y la angustiada mirada de alguna vendedora. Con los brazos cruzados Emilia acelera la marcha, acompañan su recorrido algunos postes de alumbrado público, que compartiendo su cansancio alumbran lánguidamente.

— Si todo sigue así, no me podré matricular en la academia, para postular a la universidad —murmura Emilia, al recoger unas piedras para protegerse de los perros.

La joven avanza, con el rostro casi congelado, recuerda que su padre le había enseñado algunos secretos para confeccionar ropa, hasta que una terrible enfermedad lo arrancó de su familia. Desde entonces su madre lava ropa para ganar algo de dinero, y ella luego de ir a la escuela, trabaja en un taller de costura. Ambas luchan diariamente para mantener el hogar. 

En una esquina de su barrio, sale a su encuentro Gitano, su viejo y fiel perro guardián. Dando saltos y moviendo la cola, Gitano recibe el pedazo de pan que le ofrece Emilia, y juntos se dirigen a su hogar... con ligera garúa el frío arrecia aún más. 

Emilia empuja la puerta de su casa, tras ingresar cierra con cuidado para no despertar a la familia. En la calle, Gitano acosa con ferocidad a una persona, esta se detiene y lo enfrenta enérgicamente.

— ¡Otra vez! ¿Qué pasa Gitano?

El viejo perro reconoce al vecino y se calma al instante, agacha la cabeza, acepta el reproche y se retira lentamente, buscando el tibio hueco donde reposaba.

La joven al ingresar a su casa todo está oscuro, se desliza con cuidado y prende el foco de luz. En la mesa de la sala divisa su cena. En la siguiente habitación están durmiendo sus hermanos, pero su madre despierta.

— Emilia ¿por qué llegas tan tarde? Ya estaba preocupada.

— ¡No te preocupes mamá! Por suerte conseguí un trabajito más, en otro taller de costura. Así juntaremos dinero para cambiar algunas calaminas, que ya están viejas y con huecos.

En una esquina de la sala Emilia cuelga su bolsa de herramientas, para sentarse a cenar. Al descubrir el plato se encuentra con la especialidad del comedor popular... parece que el frío ha encogido aún más la comida, pero más fría está ella, hambrienta también.

—Ya no hay mucho trabajo. Tendrán que despedir a una cuantas, puedo quedarme sin empleo, por eso conseguí otro trabajo.

— ¡No te preocupes! me ayudas a lavar ropa, hasta que encuentres  otro trabajo —responde la madre.

Emilia cubre los platos vacíos y se alista para dormir. Como todos los viernes, renueva su fe ante la imagen de la virgen María. Luego de rezar prende una vela que ilumina la imagen durante unas horas, prolongando sus oraciones. Ya en la cama, totalmente cansada se dispone a dormir.

El cansancio de Emilia, y el frío, culminan su diaria tarea… pero un reflejo de la vela encendida descubre el SILBATO de su padre. Amordazado en una esquina de la habitación, casi ni se distingue, prisionero del polvo y las arañas.

Desde la vela encendida el rayo de luz es persistente e intenso, como la prolongación de un dedo divino que le señala y le insiste, perturbándola con delicadeza. Emilia contempla el Silbato. Invadiéndole la nostalgia recuerda las asambleas cuando su padre hablaba a los vecinos. Las grandes marchas por agua, luz, colegios. Las faenas comunales,  y tantas cosas buenas. Como un llamado de campana para iniciar la misa, así sonaba el Silbato para las asambleas... Con la mirada fija en el Silbato de su padre, Emilia medita aún más.

III

La vela se acabó y la noche consumió el rayo de luz, solo así Emilia pudo ir concibiendo el sueño, poco a poco, sin dejar de recordar a su padre.

La noche es más oscura con el frío. Una ligera inquietud invade a Emilia. Siente que su casa se estremece y cruje. La inquietud se acrecienta al observar que la neblina penetra por los huecos de las calaminas y esteras, hasta formar un cuerpo extraño y luminoso, que se le acerca. Más al fondo el Silbato se descuelga y crece... Emilia está sorprendida y asustada.

La joven cierra los ojos con todas sus fuerzas, pero al instante comienza a sentir que sus pestañas son forcejeadas con delicadeza, dando paso a la neblina que logra abrir sus ojos incrédulos… Ahora las calaminas y palos están radiantes, sus ojos se irritan ante tanto resplandor. El Silbato silba acercándose ella, con un sonido es muy extraño que hace reír a Emilia, a carcajadas. El Silbato cambia de sonido y hace que la joven extiende los brazos como queriendo abrazar a alguien. Pero otro sonido la enfada y aprieta los puños.

La neblina sigue forzándole los ojos, queriéndose introducir en la joven. Agitada cambia de posición constantemente. Los sonidos son más intensos, ya no puede soportar. Su voluntad se quebranta. Pero algo la hace reincorporar lentamente. Uno de los sonidos le parece conocido… «Claro ¡Son los ladridos de Gitano! pero escucho otro sonido, más nítido... me parece conocido» piensa Emilia,  y se esfuerza en recordar; ese sonido se acentúa, y los otros se disipan. El Silbato ya no está y la neblina deja de forcejearle los ojos. El sonido  conocido se hace más fuerte y nítido, sigue y sigue sonando, cada vez más fuerte, ¡tan fuerte! que logra despertar a Emilia, quien se incorpora sobresaltada.

Soñolienta y con frío Emilia deja su cama, y el reloj despertador sigue timbrando, anunciando que son las cinco de la mañana; el inicio de una nueva jornada… Gitano sigue ladrando en la calle.

Aún está oscuro, y Emilia se alista para ir a trabajar. Se esfuerza en recordar pero las imágenes de la pesadilla se van borrando de su mente. La joven contempla el Silbato de su padre. Apresurada lo descuelga y revisa, una y otra vez, lo limpia con ternura. Luego lo deja en el mismo lugar. Antes de salir besa la imagen de la virgen María y enciende otra vela. En la calle ya la espera Gitano que no deja de ladrar. Emilia siente un extraño escalofrío.

—   ¿Qué pasa Gitano? le increpa a su fiel amigo.

El perro se sacude, está listo para acompañar a Emilia como todos los días. La neblina aún cubre las calles. Gitano avanza dando saltos ladrando a todos lados.

— ¿Y si no fue una pesadilla? —la joven se inquieta aún más pero no puede distraerse, tiene que estar concentrada para ir a la escuela y luego trabajar.

Poste tras poste avanzan los compañeros, apurando el paso llegan al paradero. La vereda está despejada pero sucia. Emilia espera entumida por el frío. Tras unos minutos llega el microbús, que luego de ser abordado por la joven emprende su fría marcha, hacia un lugar que Gitano se esfuerza en imaginar, al contemplar como desaparece el microbús entre la neblina.

Más gente sigue llegando. Hombres y mujeres esperan. El próximo microbús no tardará en llegar... Resignado, Gitano busca en la vereda algo que comer y regresa a su casa. 

Aún está oscuro. En el hogar de Emilia, la vela ha revivido el rayo de luz que radiante exhibe al desempolvado Silbato, y en la penumbra la abnegada madre y sus hijos lo contemplan. Pero observan también, cómo la neblina ingresa entre las rendijas de las calaminas y esteras.


En la calle, Gitano no deja de ladrar. Pero ahora, salta y corre entre las chozas de esteras.



VES, 2000

CUENTO "POR LAS VENTANAS DE TUS OJOS"




La claridad del sol se acentúa, y un nuevo día se está asomando. Con el fondo musical del mar, un coro alegre de pajaritos acompañan al imponente canto del gallo, quien con el pecho erguido y aletear vigoroso, entona el himno del amanecer.

En el hogar de Emilia y Ricardito, se inicia la diaria rutina: Los padres salen a trabajar y los niños se quedan solos y se alistan para ir a la escuela… Luego de desayunar, Emilia recoge los platos y tazas, el niño limpia la mesa; ambos  barren y lavan rápidamente para dejar limpia su casita. Mientras cumplen con sus labores, escuchan y tararean la canción de moda. En la radio, el locutor interrumpe brevemente la alegre canción para recordarles la hora exacta. Con la misma rapidez y alegría Emilia ayuda a su hermanito y pronto, ya están listos para ir a la escuela.

En las faldas del cerro y por las polvorientas calles. Emilia y Ricardo se dirigen a la escuela. Durante el camino, como todos los días, recuerdan al abuelo quien con hermosos relatos los llenó de inquietud y fantasía.

Todas las tardes, mientras otros niños jugaban por las calles, Emilia y Ricardo, escuchaban al abuelo… Sentado frente a la ventana, con la mirada larga y perdida en el mar, el abuelo narraba sus aventuras en los pantanos; hablaba de sus lagunas y peces; de las plantas y aves que allí viven. Su emoción era mayor cuando recorría el cielo con la mirada y señalaba el camino de las aves que llegan desde otros mundos y luego se iban para volver el siguiente año. Las describía como si estuvieran paradas sobre la mesa, con voz pausada y estremecida, dibujándolas con las manos. El abuelo, cuando contemplaba el mar nunca bajaba la mirada, no quería ver el estado actual de los pantanos; empequeñecidos, como recogidos en sí mismos, buscando refugio cerca del mar. Así se fue el abuelo, guardando en su mente la imagen intacta de los pantanos donde vivió...

¡Llegaron las vacaciones! Por las tardes, luego de cumplir con los quehaceres del hogar, Emilia y  Ricardo no sabían que hacer. Ya no estaba el abuelo, sólo el recuerdo de sus historias les hacía compañía. La nostalgia se fue apoderando de los hermanitos. Y La angustia era  creciente ante las diarias y severas recomendaciones de los padres: ¡No vayan a los pantanos, es muy peligroso!

Los días fueron pasando y el aspecto de los niños fue mostrando su profunda tristeza. Los padres, preocupados, sentían la falta de risas y juegos por las noches.

Todos los días luego de cenar, los niños corren hacía la ventana del abuelo. Ricardito, empinado había encontrado la forma de colgarse con ligera comodidad, y junto a Emilia, observan el azul del mar; como buscando en la lejanía la mirada perdida del abuelo. Interrumpiendo la búsqueda, un tierno abrazo trajo sus mentes de vuelta a casa.

— ¡Mañana es tu cumpleaños! ¿Qué quieres que te regalemos? —con voz cariñosa, pregunta la madre.

Ricardito no responde. Mirando el suelo cruza los pies y apoya sus bracitos sobre la ventana. Emilia abraza a su hermano

—Podemos comprarte un carrito a control remoto –insiste el padre– o quieres unos hermosos patines ¿Qué deseas? ¡Dímelo y te lo compraremos!

Las callosas manos se deslizan por las mejillas del niño; sintiendo unas tibias lágrimas que incontenibles desbordan los pequeños ojos de Ricardito. Los padres confundidos vuelven a preguntar. Emilia abraza a su hermano y secándole los ojos le pregunta, susurrándole: —¿Qué quieres, quieres ir a…?— ambos niños sonríen y juntos responden...

— ¡Queremos ir a los pantanos!

Sin dar explicación los padres salen de la casa. El papá recuerda que, cuando era niño, también fue influenciado por las historias del abuelo. Durante la espera, mil historias colman la imaginación de los niños… Luego de unas horas, regresan los padres, cargando paquetes con juguetes, ropa y golosinas. Eso llamó ligeramente la atención de los niños…. Terminando de ver los regalos, los padres alzan a sus hijos y les dicen…

— ¡Mañana vamos a los Pantanos!

¡Los hermanitos vieron revivir al abuelo! la alegría es incontrolable. Durante esa noche, los niños narraron a sus padres las aventuras del abuelo en los pantanos. Así, el entusiasmo y el sueño se fue apoderando de los cuatro que abrazados van cruzando la noche

Al llegar el día, ya todo está listo, no había tiempo ni para prender la radio. Cargaron lo necesario, cerraron bien las ventanas y puertas, enrumbando felices por las polvorientas calles. Durante el camino, Emilia y Ricardo volteaban repetidas veces observando su humilde casita, que entre la polvareda les muestra una ventana abierta (?)… sorprendidos, se detienen para mirar bien porque estaban seguros de haber cerrado las ventanas antes de salir… Pero sí, es la ventana del abuelo que muestra la cortina azul agitada por el viento.

Luego de visitar los pantanos, la casita fue invadida por la alegría de los niños. Durante la cena de cumpleaños, las historias del abuelo fueron celebradas con las alegres anécdotas de los niños en los pantanos. Vieron y sintieron tanto en tan poco tiempo que, en sus mentes, las recientes imágenes pugnaban por convertirse en palabras.

Así transcurría la noche. En la ventana del abuelo, aún abierta, la cortina azul seguía jugando con el viento. Y la dulce voz de los niños fue acompañada por un calmado y extraño rumor del mar; como si alguien desde muy lejos, se esforzase en saludar a Ricardito por su cumpleaños.


VES, 1998

CUENTO "CUANDO LAS ESTRELLAS BRILLAN DE DÍA"



I

         Era una tarde soleada, en la terraza de una vieja casona de Lima. Entre Fierros oxidados y muebles viejos trataba de distraerme... pero ella no llegaba.
Los polluelos se acercaban a mí, ya me conocían. Todas las tardes jugábamos con ellos desde que nacieron, desde que eran unos huevos los cuidábamos. Tras los polluelos, la gallina y el gallo también se me acercan, parece que comparten conmigo, la angustia de su tardanza... ¿Qué le habrá pasado, por qué no llega?

            La conocí el día de mi cumpleaños, mi madre me hizo una pequeña fiesta en la habitación donde vivíamos, invitó a los hijos de los otros inquilinos. Música, golosinas y niños. La pequeña habitación estaba llena de gente… y la vi llegar, su tierna mirada vino hacia mí, y se abrió paso entre la pequeña multitud. Mis sentidos se aquietaron al ver su sonrisa. Algo mágico nos envolvió y no recuerdo más de esa fiesta.

— Hola Ricardo ¡despierta!

            Era ella, Anita, tenía los polluelos en sus brazos, los acariciaba con esa ternura que me inquieta, y corrí a su lado para sentir lo mismo.

            — ¿Y qué te paso, por qué demoraste tanto? —le reproche
            — Mis hermanos se demoraron en acomodar la carreta, mi madre estaba enojada y los apuraba, porque dice que hoy es un buen día para la venta de picarones. Me dejó algunos, están muy ricos ¿Quieres?

            Mientras compartíamos los deliciosos picarones, los polluelos correteaban a nuestro alrededor. La miel estaba divina, entre risas y juegos le pedía más, correteando por la vieja terraza. Ella se detiene y, con la ternura de siempre me muestra sus manos.

      — ¿Quieres más?...toma, mis manos están llenas de miel.

            Algo raro estremeció mi cuerpo y me le acerqué, ella sonreía. Al lamer sus dedos mis labios la acariciaba,  mi mente se nubló como la primera vez que la vi. Ya no había miel en sus manos pero las seguía lamiendo. Su sonrisa era infinita y… un destello divino recorrió la miel pegada en sus labios, no sentía mi cuerpo al acercarme más a ella. Mis labios ya rozaban los suyos, hasta que un grito familiar nos hace reaccionar.

      — ¡Ricardo! ¡Ricardo!... ¿Dónde estás?

            Era mi madre que había regresado antes de lo acostumbrado ¡Qué extraño! Pero  tenía que esconderme hasta que ella ingrese a la habitación, porque no le gustaba que subiera a la vieja terraza. Por las rendijas del corral la vi gritar, estaba molesta, o preocupada. Anita estaba sujetada fuertemente en mi espalda.

      — Ya no está, debe estar conversando con la abuela en la habitación. La abuela siempre me da permiso a escondidas. No te preocupes, nos vemos mañana —le dije a Anita

            Baje a toda velocidad e ingresé a la habitación. Rápidamente me acerqué a la ventana y la vi. Anita al verme sonrió. Tenía los polluelos en sus brazos y los acariciaba mientras nos mirábamos.

      — ¿Dónde estabas? —preguntó mi madre, y tras de ella estaba la sonrisa cómplice de la abuela—. Tienes que ayudarme en alistar todas las cosas, porque mañana nos vamos a vivir en otro lugar. Ya conseguí terreno.
      — ¿A dónde? — le pregunté.
      — ¡Nos vamos a Villa El Salvador! —me respondió, y su mirada desvaneció la sonrisa de la abuela.

 

II


            Ya amaneció. Escuché a mi madre y la abuela empaquetar todas las cosas durante la noche anterior, parece que ya todo está listo. Sillas, mesas, roperos, cama,  cocina, ollas... ¿Cómo pudo entrar tanto en esta pequeña habitación? En la calle un viejo camión nos espera, con esteras, palos ¡y nuestros muebles!... no sé cómo  iban saliendo en fila, unas tras otras  colocándose en los extremos del inmenso camión. ¡No lo podía creer!... Anita, los polluelos ¿Qué va a pasar, acaso no los volveré a ver?

            — ¡Ricardo, apúrate sube al camión! ya es tarde —gritó mi madre. Algunos inquilinos salieron a despedirnos, entre abrazos nos dirigimos al camión. Desde las ventanas y balcones nos gritan "¡Que les vaya bien!  ¡Suerte!" Mientras me ubicaba en el viejo camión, no dejaba de ver la terraza. El gallo y la gallina estaban allí, en la parte más alta, mirándonos, solo rogaba que puedan entender mi tristeza ¡adiós amigos, cuiden a sus  polluelos y despídanme de Anita! Rugió el camión y partimos con rumbo a Villa El Salvador.

            No sé cuánto tiempo transcurrió, solo escuchaba la intensa bulla. Por las rendijas del camión veía más gente y más automóviles. En el camión las esteras imponían un aroma cautivador, nunca había visto algo así... caña chancada, entretejida, limpia y brillante; cobijado en ella me dormí...

III

            Intensas sacudidas me despertaron, el camión vibraba más de lo normal ¡Saltaba!, trepé con mucho cuidado por  el camión. Una  intensa polvareda quedaba tras de nosotros, a los costados podía ver el inmenso arenal. Las chozas de estera con el intenso sol relucían aún más su brillantes... ¡Si las estrellas también brillaran de día, serían como destellos de estera nueva, incrustados en éste cielo de arena!...

            — ¡Llegamos! —exclamó  el chofer y el camión se detuvo. No reaccionaba de mi asombro.
           
            Rápidamente armaron la choza de esteras. Mi madre y la abuela habían cocinado no sé qué, ni cómo y me llamaban para comer. Era curioso el chirrido de los platos al frotar la arena con la cuchara, no se podía evitar mascar algunos granitos de arena, que  provocaban agradable extrañeza. El aroma de estera era más intenso y  yo, no paraba de jugar con la arena.
           
            — ¡Bienvenidos! Ahora ya somos VECINOS —¿Vecinos? ¿Quiénes serán esas personas que conversan con mi madre y la abuela, e intercambian papeles y firmas?  Dicen que son los dirigentes y que los vecinos son como la familia, para ayudarse en las buenas y en las malas…?
            — No se olviden de prender sus mecheros todas las noches. Es necesario tener iluminadas nuestras calles —dijo uno de ellos, mientras le demostraba a la abuela cómo hacer un mechero: ...Un hueco en el centro de una de las tapas de un tarro, llenarlo de kerosene, una tira de trapo, una chapita y... no sé cuántos mecheros hice, ni cuánta arena llevé de un lugar a otro; pero correr sin zapatos y dejarse caer para ver el cielo, es algo que aún no puedo contener.  Así llegó la noche
 
IV


            — Ricardo, toma ésta vela, colócala junto a la mesa.

¿Vela?... Llevarla de un lugar a otro iluminando la penumbra y verla desaparecer derritiéndose, sacrificando su bella forma y suavidad para alumbrarnos…Son momentos como estos, cuando me parece encontrar algo parecido a la presencia de Anita; y en las esteras, y en la arena.

            Así pasaron algunas semanas. Mi madre salía a trabajar todas las mañanas, y en la noche la esperábamos con la abuela. En las noches las calles se iluminaban con los mecheros. El paradero parecía una gigantesca fogata. Vecinos y mecheros esperaban a sus familiares que vienen de trabajar en Lima.

            El transporte de Villa El Salvador a Lima era insuficiente. Los autobuses podían quedarse estancados en la arena en cualquier momento, porque la carretera era de un enripiado ligero. Cuando esto ocurría, los pasajeros se bajaban del autobús  para empujarlo y ponerlo otra vez en la ruta hacia Lima, y de regreso era igual.

            De noche los paraderos se distinguían por la gente esperando, y los mecheros. Cuando pasaba un autobús los vecinos gritaban el nombre de sus familiares para que puedan encontrarlos… Así la abuela ubicó a mi madre y juntos vamos de regreso a nuestra casita de estera. Algo extraño y agradable se estaba forjando en nuestra familia desde que llegamos a Villa El Salvador, hasta las estrellas parecen estar más cerca en este cielo despejado.
   Abuela ¿por qué las estrellas no brillan de día? —le pregunté.
   En el día también brillan, no podemos verlas por la claridad del día, pero siempre están ahí —me respondió señalando el cielo.
            — El domingo voy a la casa donde vivíamos, tengo que recoger algunas cosas  que encargué —Interrumpió mi madre, dirigiéndose a la abuela.

¡Sería  fantástico! Si mi madre me lleva, podré ver a Anita y los polluelos —mamita, yo te puedo ayudar a traer las cosas— le dije sin dejar de mirar su rostro.

            En la oscuridad, sólo los mecheros ubicados en algunos tramos de la calle, me dejaban ver con dificultad las expresiones del rostro de mi madre. Su silencio me parecía eterno. ¡Quizás no me escuchó!

   Mamá, yo te puedo ayudar –—le dije con cautela.
   Ya te escuché —respondió sin mirarme...
   Sí, me parece bien, pero vamos a ver –—no me dijo sí, pero tampoco no.

            Solo tengo que hacer más méritos; también para que la abuela me ayude a convencerla. Durante esos días mi preocupación estaba sólo en evitar una llamada de atención de mi madre.
 
V


            Así llegó el domingo. El sol calentaba la arena y yo, jugando con la vela derretida, esperaba.

            — ¡Ricardo apúrate, vamos a Lima! —dijo mi madre

            En su voz sentí su sonrisa y corrí a su encuentro. La abracé, la besé, ella siempre descubre lo que más quiero. En sus brazos me sentí amamantado otra vez.

            Durante el viaje, le confesé a mi madre que yo jugaba en la terraza junto con Anita y los hermosos polluelos; se molestó un poco pero al llegar a la vieja casona, me dejó ir a la terraza, advirtiéndome con insistencia que tenga cuidado. Al abrir la puerta del corral, no los encontré, ya no estaban, sólo el aroma de los polluelos me esperaba. Bajé apurado a preguntarle al dueño de la casona.

   Buenos días señor, ¿dónde están los polluelos  y  su dueña Anita?
        — Ellos también se fueron la semana pasada, dijeron que vivirían en Villa El Salvador. Muchos se están mudando para allá, quizás también me anime y deje esta vieja casona.

            El señor seguía hablando con mi madre, pero yo no lo escuchaba ¿Será justo que no la vuelva a ver? ¿Será un castigo por descuidar mis tareas cuando jugaba con ella? La angustia me hizo volver a la terraza… En el piso del corral las pocas plumas son alborotadas por el viento y en su vaivén reavivan el aroma de los polluelos y la sonrisa de Anita vuelve a florecer. Pensando en ella, mi tristeza se matizaba con algo de esperanza, porque si están en Villa El Salvador, quizás la encuentre pronto.

            Mi  madre cogió algunos paquetes y regresamos a casa. No sentía el largo recorrido del autobús. Miraba reiteradas veces a los pasajeros, tratando de reconocer a los familiares de Anita. Al ingresar a Villa El Salvador el autobús baja la velocidad por el mal estado de la carretera, en la polvareda trataba de mirar a toda la gente a la vez. Así pasaban los días buscando a Anita.

            … Todos teníamos nuestros cilindros agrupados al borde de la carretera y desde allí, cargábamos el agua en baldes hasta nuestras casas. De ésta tarea se encargaban principalmente los niños.

            Le llamábamos “Aguatero” al camión que nos vendía el agua. Cuando anunciaba su llegada todos los vecinos salían a la espera. Se me estaba ocurriendo seguirlo un día, porque Anita también debe estar esperándolo en otro lugar de Villa El Salvador. El cargar el agua todos los días ya no se me hacía tan pesado, al contrario, quería hacerlo varias veces al día para seguir buscándola; me parecía verla en varios lugares, en el paradero al esperar a mi madre o en el mercado; corría para alcanzarla, pero no era ella… Jugar con la arena ya no era suficiente, ni en el aroma de mis esteras podía consolar esta pena.

VI

            — ¡A la asamblea!...!A la asamblea! —pregonaba un vecino, y tocaba su silbato.

            Los vecinos siempre hablaban de las asambleas. En las conversaciones, cuando los vecinos comentaban sobre algunas dificultades, siempre decían “La asamblea lo solucionará”

            Desde el día en que no encontré a Anita, mi madre estaba más tiempo conmigo        — Alístate, vamos a la asamblea —dijo mi madre tomándome de la cabeza. Con algo de desánimo la acompañé.

            La calle era inmensa en la oscuridad. Los mecheros alumbraban un espacio delimitado por tablones, en los cuales se iban sentando los vecinos al llegar. No sé en qué momento comenzó la asamblea, ni en qué momento me dormí, pero despertaba ligeramente ante alguna acalorada discusión, o ante los aplausos por una buena propuesta. Cobijado en la falda de mi madre se disipaba mi tristeza, más aun cuando se paraban todos los vecinos para votar... extraño y grato momento donde la voluntad cobraba forma y acción... ¡Faena Comunal!  ¡Faena Comunal! Era el clamor unánime...El domingo se construiría un gran pozo para acumular agua, para todos los vecinos. Ese era el acuerdo de la asamblea.

VII


            El domingo salimos temprano, la abuela también nos acompaña. Poco a poco llegaban los vecinos. Unos traían herramientas para la construcción del Pozo. El dirigente seguía llamando con su silbato, en la parte central del barrio se daban algunas indicaciones y comenzó la faena comunal...Unos vecinos preparaban la mezcla con cemento, otros cargaban ladrillos y agua, en tanto algunas vecinas barrían las calles. Nos acercamos a la construcción...todos conversaban y se reían mientras trabajaban. Con mi madre cargamos agua en un balde para mojar los ladrillos. Los vecinos y vecinas estaban contentos, al ver sus rostros alegres, recordaba la sonrisa de Anita y en ese momento la volví a sentir cerca.

            Una camioneta se detuvo entre nosotros e interrumpió el  trabajo. Llamaron a los dirigentes y conversaron por varios minutos. Los vecinos se fueron acercando a la camioneta. Uno de los visitantes nos habló con firmeza, (su rostro estaba como endurecido). Mencionaba las dificultades que tenían ante las autoridades, para gestionar las instalaciones del servicio de agua potable en Villa El Salvador. Y pedían el apoyo de todos los vecinos. Anunciaban la realización de una gran marcha hacia Lima, para exigir al Gobierno Central la atención a nuestra necesidad de agua. El dialogo se dispersó y todos comentaban sobre la falta de agua y la marcha.

            Antes no sabía lo que era una asamblea, ni faena comunal. Y ahora estaba allí  junto a los vecinos, entusiasmado... ¿Cómo será una marcha?
La camioneta se retira, por una de sus ventanas aún podía ver el rostro del visitante.

   Pero mamá, no podrás ir a la marcha, tienes que trabajar —la interrumpí
            — Si Iré a la marcha, es muy importante. Pediré permiso en el trabajo y si no aceptan, faltaré ese día —me respondió con la firmeza de siempre.
            — ¿Me llevarás a la marcha?
            — Puede ser, ya veremos —me respondió con la mirada fija en los vecinos y vecinas terminando la faena comunal.


VIII


            Hoy es el gran día. En las noches previas los amplificadores anunciaban la gran marcha hacia Lima. Silbatos y mecheros convocaban asambleas por todo Villa el Salvador. No recuerdo si mi madre me autorizó ir a la marcha, lo cierto es que hasta la abuela se estaba alistando. En la salita mi madre preparaba los baldes con refresco junto a otras vecinas, todo era un ajetreo risueño.

            Por fin salimos, en la calle ya estaban los vecinos. Pancartas, banderolas y silbatos se ubican en primera línea, y marchamos hacia la calle central de Villa el Salvador. En el recorrido previo todos aplaudían y hacían vivas por la marcha. Al llegar a la calle central sentía que mi pecho se hinchaba al ver la inmensa muchedumbre que esperaba, eran rostros con sudor y alegría como los nuestros. El colorido y algarabía me hacía recordar la fiestita de mi cumpleaños...

            Los dirigentes dan la señal y la gran marcha comienza, todos con firmeza y alegría. Quería ver y escuchar todo a la vez. Mis vecinos con el puño en alto y la mirada al frente coreaban los lemas, y yo apretaba el brazo de mi madre, ella también gritaba. La abuela parecía rejuvenecer mientras la marcha se hacía más intensa.

            Ubicados estratégicamente, los cilindros vacíos acompañan el largo recorrido. Luego de unas horas los dirigentes disponen un descanso para luego iniciar el gran tramo hacia Lima. Los vecinos se agruparon según sus zonas, mi madre junto a otras señoras reparten el refresco entre los vecinos. Todos agitados, pero con sus frescas sonrisas siguen conversando.

            Más adelante un grupo de vecinos habían interceptado a un autobús que venía de Lima. Los vecinos invitaban a los pasajeros a que se unan a la marcha. Algunos vecinos bajaron y el autobús reinicio su marcha… pasó lentamente frente a nosotros. En sus ventanas los pasajeros pugnaban por saludar a sus vecinos, las ventanas estaban llenas de gente,  en una de ellas el asombro me hizo saltar, y volví a sentir que el pecho se me hinchaba ¡No lo podía creer, era ella! ¡Anita! Trepada en una de las ventanas miraba con desesperación, como buscando a alguien… Y la llamé, grité como nunca antes lo había hecho,  pero era inútil, no me escuchaba y no me podía ver, porque era muy pequeño en la multitud. Y el autobús seguía su marcha. Me disponía a correr pero sentí la firme mano de mi madre que me detuvo.

            — Es inútil, no podrás pasar entre tanta gente, es peligroso, además el autobús ya se fue

            Viendo alejarse el autobús, abracé fuertemente a mi madre, y sentí sus manos acariciar mis cabellos.

— ¡Vamos! La marcha continúa —nos dijo la abuela.

            No tenía fuerzas ni ganas para caminar, pero la muchedumbre a empujones nos ubicaba en nuestro lugar... El griterío de los vecinos era ensordecedor y los lemas retumbaban en el  cielo —¡VILLA EL SALVADOR, PUEBLO LUCHADOR! ...¡VILLA EL SALVADOR, PUEBLO LUCHADOR!— gritaban en coro reiteradamente, mientras el tierno rostro de Anita se hacía inmenso en mi mente...

            — ¡EL AGUA ES UN DERECHO Y NO UN PRIVILEGIO!...  ¡EL AGUA ES UN DERECHO Y NO UN PRIVILEGIO!...—los vecinos gritaban con fervor, mirando al cielo como demandando la atención de Dios. Busqué la mirada de mi madre tratando de encontrar consuelo, pero al verla gritar se volvió a estremecer mi cuerpo... ¡y grité con ella! los lemas comenzaron a salir con más fuerza de mi pecho hinchado. Sujetado fuertemente en mi madre gritaba y aplaudía. Mi abuela se acercó a secarme el sudor de la frente y me da un poco de refresco, ¡estaba delicioso! como miel de picarones. Su sabor me hace distinguir algo especial: El sudor en los rostros de mis vecinos es más brillante, y sus miradas también reflejan un brillo especial… ¿Serán  reflejos de las estrellas, cuando brillan de día?...

            Así continuamos en la marcha. Ya no sentía mis pies, y me veía flotar sobre la inmensa energía celestial de mis vecinos, apretujado en ese colosal torbellino de  ilusión que avanzaba incontenible por las calles de Lima.


            Durante mucho tiempo se seguía hablando con asombro de la gran marcha de Villa El Salvador. En la televisión, periódicos y revistas se trataba de encontrar la mejor interpretación. Nuestras Asambleas y Faenas Comunales ya no eran las mismas después de esa gran Marcha...y poco a poco sentí que Anita estaba más cerca, sobre todo ahora que un nuevo aroma me invade, al regar la arena caliente después de un día de intenso sol.


VES, 2005