sábado, 29 de junio de 2013

CUENTO "EL SILBATO"


EL SILBATO

I

La cultura de los Andes se forjó durante miles de años con la sabiduría  de diversos pueblos. Las riquezas se incrementaban y comenzaron a surgir malvados brujos. Algunos venían desde muy lejos ¡de otros mundos!  Eran tan viles y avarientos que no dudaron en traicionar a su propio Dios. Ante el estupor de los cerros, los extraños brujos destruían todo a su paso.

Sigilosos, entre los escombros se escondían los Sacerdotes Andinos. Preocupados por lo que sucedía, decidieron concentrar sus conocimientos para conservar la sabiduría que floreció en los Andes durante miles de años.  Dedicados a esa tarea, nuestros sacerdotes recorrían los Andes a lo largo y ancho, algunos convertidos en llamas o alpacas, otros en imponentes cóndores. Siguiendo los ríos descendían de los Andes, revestidos de secretos y sabiduría para ocultarlos entre las aguas del mar.

Enterados de lo que sucedía, los malvados brujos perseguían a los Sacerdotes Andinos quienes, antes de ser capturados, se lanzaban desde los cerros para caer en alguna laguna o riachuelo y ocultarse en los puquiales, porque los malvados brujos le temían al encanto de los puquios, más de uno había enloquecido en esas aguas que afloran desde el corazón de la tierra, por eso se resignaron a solo esperar, montando  guardia  por el extenso litoral.

Los Sacerdotes Andinos aprovechaban las nubes que salían del mar para comunicarse con los otros sacerdotes que aún recorrían los Andes; enseñando a la gente de diferentes regiones, el lugar al que debían concurrir progresivamente, de generación en generación, para recibir los secretos y sabiduría preservados en el mar, y así liberarse de los malvados brujos para construir un mundo más justo y próspero.

Los malvados brujos nunca lograron entender a la cultura Andina. Pero aun así, como presintiendo algo, mandaron a sus siervos para erigir un gran cerro de arena en forma de lomo de corvina, cerca al templo de Pachacamac, para evitar así, que miles de hombres y mujeres procedentes de los Andes llegasen al mar por el camino indicado. Pero esos brujos descuidaron la vigilancia porque comenzaron a pelear entre sí, con la misma maldad y avaricia, disputándose nuestras riquezas... Y luego de varias generaciones, miles de hombres y mujeres llegaron un día, a las faldas del cerro “Lomo de Corvina”, donde hoy florece el pueblo de Villa el Salvador con hombres y mujeres que sin olvidar esta historia, reciben mensajes desde el mar, impregnados en la neblina que invade sus calles día a día... Y a través  de  un SILBATO divino, esos mensajes  penetrarían en las familias de Villa El Salvador.






II

El rumor del mar invade las calles de Villa El Salvador. La espesa neblina es como un extraño aliento que va forzando puertas, ventanas y  rendijas de esteras. 

En un autobús lleno de gente está Emilia. Cansada y confundida, la joven recuerda la historia de los Sacerdotes Andinos y la recrea en su mente, una y otra vez, para no sentir el largo y pesado viaje de regreso a casa. Su padre se la enseñó cuando estaba pequeña.

Tras largo viaje el microbús se detiene. Una vez más, de su interior descienden algunas personas que, agazapándose en sí mismas intentan soportar el penetrante frío de invierno. Aún cargado de pasajeros el microbús continúa su recorrido. En una esquina del paradero, como todas las noches, un destacamento de vendedoras esperan con carretas alineadas en la vereda, librando una batalla más para sobrevivir… ¡cafecito caliente! ¡papita rellena! ¡pescadito frito! ¡cigarrillos y caramelos! son ofrecidos como plegarias al cielo. En tanto las moscas son espantadas con un ramillete de ruda para la buena suerte. Algunos pasajeros se quedan a consumir algo, otros siguen su camino llevándose consigo el delicioso aroma y la angustiada mirada de alguna vendedora. Con los brazos cruzados Emilia acelera la marcha, acompañan su recorrido algunos postes de alumbrado público, que compartiendo su cansancio alumbran lánguidamente.

— Si todo sigue así, no me podré matricular en la academia, para postular a la universidad —murmura Emilia, al recoger unas piedras para protegerse de los perros.

La joven avanza, con el rostro casi congelado, recuerda que su padre le había enseñado algunos secretos para confeccionar ropa, hasta que una terrible enfermedad lo arrancó de su familia. Desde entonces su madre lava ropa para ganar algo de dinero, y ella luego de ir a la escuela, trabaja en un taller de costura. Ambas luchan diariamente para mantener el hogar. 

En una esquina de su barrio, sale a su encuentro Gitano, su viejo y fiel perro guardián. Dando saltos y moviendo la cola, Gitano recibe el pedazo de pan que le ofrece Emilia, y juntos se dirigen a su hogar... con ligera garúa el frío arrecia aún más. 

Emilia empuja la puerta de su casa, tras ingresar cierra con cuidado para no despertar a la familia. En la calle, Gitano acosa con ferocidad a una persona, esta se detiene y lo enfrenta enérgicamente.

— ¡Otra vez! ¿Qué pasa Gitano?

El viejo perro reconoce al vecino y se calma al instante, agacha la cabeza, acepta el reproche y se retira lentamente, buscando el tibio hueco donde reposaba.

La joven al ingresar a su casa todo está oscuro, se desliza con cuidado y prende el foco de luz. En la mesa de la sala divisa su cena. En la siguiente habitación están durmiendo sus hermanos, pero su madre despierta.

— Emilia ¿por qué llegas tan tarde? Ya estaba preocupada.

— ¡No te preocupes mamá! Por suerte conseguí un trabajito más, en otro taller de costura. Así juntaremos dinero para cambiar algunas calaminas, que ya están viejas y con huecos.

En una esquina de la sala Emilia cuelga su bolsa de herramientas, para sentarse a cenar. Al descubrir el plato se encuentra con la especialidad del comedor popular... parece que el frío ha encogido aún más la comida, pero más fría está ella, hambrienta también.

—Ya no hay mucho trabajo. Tendrán que despedir a una cuantas, puedo quedarme sin empleo, por eso conseguí otro trabajo.

— ¡No te preocupes! me ayudas a lavar ropa, hasta que encuentres  otro trabajo —responde la madre.

Emilia cubre los platos vacíos y se alista para dormir. Como todos los viernes, renueva su fe ante la imagen de la virgen María. Luego de rezar prende una vela que ilumina la imagen durante unas horas, prolongando sus oraciones. Ya en la cama, totalmente cansada se dispone a dormir.

El cansancio de Emilia, y el frío, culminan su diaria tarea… pero un reflejo de la vela encendida descubre el SILBATO de su padre. Amordazado en una esquina de la habitación, casi ni se distingue, prisionero del polvo y las arañas.

Desde la vela encendida el rayo de luz es persistente e intenso, como la prolongación de un dedo divino que le señala y le insiste, perturbándola con delicadeza. Emilia contempla el Silbato. Invadiéndole la nostalgia recuerda las asambleas cuando su padre hablaba a los vecinos. Las grandes marchas por agua, luz, colegios. Las faenas comunales,  y tantas cosas buenas. Como un llamado de campana para iniciar la misa, así sonaba el Silbato para las asambleas... Con la mirada fija en el Silbato de su padre, Emilia medita aún más.

III

La vela se acabó y la noche consumió el rayo de luz, solo así Emilia pudo ir concibiendo el sueño, poco a poco, sin dejar de recordar a su padre.

La noche es más oscura con el frío. Una ligera inquietud invade a Emilia. Siente que su casa se estremece y cruje. La inquietud se acrecienta al observar que la neblina penetra por los huecos de las calaminas y esteras, hasta formar un cuerpo extraño y luminoso, que se le acerca. Más al fondo el Silbato se descuelga y crece... Emilia está sorprendida y asustada.

La joven cierra los ojos con todas sus fuerzas, pero al instante comienza a sentir que sus pestañas son forcejeadas con delicadeza, dando paso a la neblina que logra abrir sus ojos incrédulos… Ahora las calaminas y palos están radiantes, sus ojos se irritan ante tanto resplandor. El Silbato silba acercándose ella, con un sonido es muy extraño que hace reír a Emilia, a carcajadas. El Silbato cambia de sonido y hace que la joven extiende los brazos como queriendo abrazar a alguien. Pero otro sonido la enfada y aprieta los puños.

La neblina sigue forzándole los ojos, queriéndose introducir en la joven. Agitada cambia de posición constantemente. Los sonidos son más intensos, ya no puede soportar. Su voluntad se quebranta. Pero algo la hace reincorporar lentamente. Uno de los sonidos le parece conocido… «Claro ¡Son los ladridos de Gitano! pero escucho otro sonido, más nítido... me parece conocido» piensa Emilia,  y se esfuerza en recordar; ese sonido se acentúa, y los otros se disipan. El Silbato ya no está y la neblina deja de forcejearle los ojos. El sonido  conocido se hace más fuerte y nítido, sigue y sigue sonando, cada vez más fuerte, ¡tan fuerte! que logra despertar a Emilia, quien se incorpora sobresaltada.

Soñolienta y con frío Emilia deja su cama, y el reloj despertador sigue timbrando, anunciando que son las cinco de la mañana; el inicio de una nueva jornada… Gitano sigue ladrando en la calle.

Aún está oscuro, y Emilia se alista para ir a trabajar. Se esfuerza en recordar pero las imágenes de la pesadilla se van borrando de su mente. La joven contempla el Silbato de su padre. Apresurada lo descuelga y revisa, una y otra vez, lo limpia con ternura. Luego lo deja en el mismo lugar. Antes de salir besa la imagen de la virgen María y enciende otra vela. En la calle ya la espera Gitano que no deja de ladrar. Emilia siente un extraño escalofrío.

—   ¿Qué pasa Gitano? le increpa a su fiel amigo.

El perro se sacude, está listo para acompañar a Emilia como todos los días. La neblina aún cubre las calles. Gitano avanza dando saltos ladrando a todos lados.

— ¿Y si no fue una pesadilla? —la joven se inquieta aún más pero no puede distraerse, tiene que estar concentrada para ir a la escuela y luego trabajar.

Poste tras poste avanzan los compañeros, apurando el paso llegan al paradero. La vereda está despejada pero sucia. Emilia espera entumida por el frío. Tras unos minutos llega el microbús, que luego de ser abordado por la joven emprende su fría marcha, hacia un lugar que Gitano se esfuerza en imaginar, al contemplar como desaparece el microbús entre la neblina.

Más gente sigue llegando. Hombres y mujeres esperan. El próximo microbús no tardará en llegar... Resignado, Gitano busca en la vereda algo que comer y regresa a su casa. 

Aún está oscuro. En el hogar de Emilia, la vela ha revivido el rayo de luz que radiante exhibe al desempolvado Silbato, y en la penumbra la abnegada madre y sus hijos lo contemplan. Pero observan también, cómo la neblina ingresa entre las rendijas de las calaminas y esteras.


En la calle, Gitano no deja de ladrar. Pero ahora, salta y corre entre las chozas de esteras.



VES, 2000

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